![]() |
Foto sacada de internete |
Una vez más nos encanta recibir los Partos de nuestro queridísimo amigo Nacho, así que aquí os dejamos su genial forma de explicarse:
![]() |
Foto sacada de internete |
Una vez más nos encanta recibir los Partos de nuestro queridísimo amigo Nacho, así que aquí os dejamos su genial forma de explicarse:
Siempre es una alegría abrir el correo y ver un nuevo aporte del genial Nacho para el Blog así que aquí os lo dejo y espero os guste tanto como a nosotros:
Estamos de enhorabuena pues Nacho nos deja un nuevo Parto así que aquí os lo dejamos, esperamos os guste:
Ya echábamos de menos una de estas entradas del genial Nacho, aquí os dejamos una receta muy especial:
En estas fechas dadas a la subida estratosférica del colesterol y los triglicéridos debido a los fastuosos abusos a las que somos tan aficionados (y que no nos falte), estoy disfrutando de un libro sobre la Guerra de la Independencia 1808-1814 que me está pareciendo muy interesante, ya que no solo cuenta las batallitas sino que habla de la forma de vida de militares y civiles en la época.
Haciendo la eterna digestión de todo lo que me he metido y suponiendo lo que a esta fecha (27/12) aún me falta por meter, he dado con un capítulo que habla no ya de las necesidades alimenticias de los ejércitos enfrentados, españoles, ingleses y portugueses por un lado y franceses y sus aliados por otra; sino e las tremendas hambrunas que pasaron todos combatiendo años sobre una tierra improductiva por el abandono y sin rutas de abastecimiento.
Así he encontrado esta receta de campaña para uso de sargentos y “cavos” (sic) editada en la única parte de España que no llegó a ocupar Napoleón, Cádiz; y que dice bien a las claras que todo se puede usar para comer y que “a buen hambre no hay pan duro”
He respetado el castellano en que está escrita, pues creo que le da un toque mas auténtico.
Felices fiestas a todos y, cuando estéis ante una mesa colmada, recordad a esa pobre gente de tropa.
Pues maravillosamente, Nacho no trae la tercera parte de “Déjame que te cuente Limeña III” el dice que será la última parte, nosotros esperamos poder liarle para que nos cuente alguna experiencia más, entre tanto, disfrutemos con su texto:
Bueno queridos amigos, hemos tenido suerte y Nacho nos trae su segunda parte de “Déjame que te cuente Limeña” Sus visitas a restaurantes Peruanos en Santander. Como digo un placer leerle, de verdad merece la pena:
Pues bien, por fin de un motón de e-mail, ruegos y demás empujones, nuestro amigo Nacho se anima a escribir una vez más para nosotros. Eso sí, esta vez no es un parto de los suyos, sino sus sensaciones de los restaurantes peruanos que se encuentran en Santander y que él conoce, así que sin más allá vamos:
Tengo un gran amigo muy viajero, se llama José. Un amigo de esos tan excelentes que, en realidad, nunca llegas a saber por qué sigue siendo tu próximo durante tanto tiempo y de los que te suben la moral, pues te hacen pensar que algo bueno tendrás cuando alguien como él te sigue queriendo año tras año y década tras década.
Él me inició en la comida vietnamita, por ejemplo, que también adoro. Él estuvo allí y en nuestros viajes por Francia – yo jamás me alejé tanto- siempre buscaba y me enseñó a buscar restaurantes anamitas y tonkineses que le recordaban un país que le fascinó como ninguno y que me enseño a querer en la distancia.
También es de los míos. De los que afirmamos que “donde fueres, haz lo que vieres” y no se echa atrás cuando es invitado en algún país a participar en algo propio de allí, aunque supongo que no haya practicado el canibalismo ni espero que se haya afiliado ni siquiera temporalmente al Ku-Klux-Klan o al Estado Islámico.
Se dio una larga vuelta por Perú, Ecuador y otros países sudamericanos, y siempre me dijo: “Conociéndote, a ti el cebiche te va a encantar…”. Pasaron años hasta que pude confirmarlo, pero de nuevo tenía razón. Y no solo el cebiche.
Dado que mi época viajera terminó hace mucho y me temo que he echado sólidas raíces aquí, he tenido que esperar a conocer a inmigrantes para conocer su forma de ser y de vida que, aunque mediatizada por su llegada, conserva mucho de sus países de origen.
Soy declaradamente “xenófilo”, y siempre miro –al menos de entrada- con simpatía a cualquier extranjero que se cruza en mi camino y también siempre procuro facilitarles las cosas; lo que me ha llevado a poder presumir de que he hecho amistades de todas las razas y de todos los continentes. Y de entre todos ellos unos de mis favoritos vienen de Perú.
No voy a hablar aquí de otras cosas que de su gastronomía, pero me parecen muy buena gente y encantadores para conocer, invitar y charlar.
Fruto de esas charlas puedo afirmar que conozco a tres mujeres limeñas que viven aquí, y de las que he aprendido mucho de muchas cosas; y de su comida… ¡Bueno!.
Ellas me han contado qué restaurantes peruanos merecen la pena y cuáles no tanto de los 12 (¡doce!, yo tampoco lo imaginaba) que hay en Santander; y han hecho que me declare “fan incondicional” de su platos.
Conozco solo dos. Se que no es mucho, pero según me contaron son los más cercanos y significativos a la comida habitual de allá.
Si esperas modernidades y “ferraadriádas” mejor no vayas. Sirven exclusivamente comida honrada, sabrosa y popular hecha y servida con cariño; y te hacen afirmarte en que volverás.
Los nombres de los platos son curiosos y extraños, e indican poco o nada al no iniciado de lo que se componen a pesar de todas las indicaciones que mis amigas me dieron; pero tened la seguridad de que seréis atendidos con algo más que amabilidad y os explicarán todo con detalle y con el orgullo de lo hecho con cariño y profesionalidad.
No son caros en modo alguno y –muy, pero que muy importante- , tened cuidado con los nombres sugerentes y extraños: se refieren a cantidades ingentes de comida por ración.
Y lo digo muy en serio. Hasta el punto de preguntar a una amable chica que nos sirvió en uno de ellos si habían considerado poner medias raciones (tampoco estaría mal el pensar en “1/3 de ración” dadas las cantidades), a lo que nos respondió que sus clientes peruanos se sentirían poco menos que ofendidos si las cantidades no fuesen las servidas, y añadió: “A veces en Perú comemos por comer…”.
Esto me hizo elaborar una teoría sobre la marcha tras ver la cantidad de sabrosa comida que quedó en ambos casos, y que se me formuló así: “Sin duda los descubridores del Virreinato del Perú fueron extremeños y andaluces, pero no me cabe duda de que sus colonizadores fueron vascos. Concretamente del mismísimo centro de Bilbao”.
Si. Les gusta la comida a los peruanos.
(En una segunda entrada escribiré sobre los dos restaurantes visitados. Por favor, dadme tiempo pues voy a volver a probar más platos. Gracias).
Es una suerte recibir los Partos de Nacho. Unos cuantos de ellos impublicables, dado que él no quiere, pero que sería un lujo que vosotros pudiérais leer, pues forman parte de nuestra historia y de la historia de este BotinBurgo. Pero disfrutemos de este Parto, de hace ya unos cuantos años, de aquella época en la que creamos La Cofradía del Buen Comer Et Beber. Cuando la Guinnes se podía beber, cuando empezábamos a hablar de Carpe Diem, y cuando Un Pez Llamdo Wanda, hacía que nos partiéramos de risa después de alguna que otra botella de vino.
Espero disfrutéis con su lectura tanto como yo lo hice:
Por fin después de muchas cartas no publicables, Nacho me dice que sí a poner una en este blog. Sé que no va de gastronomía, pero sí que cuenta cosas de esta Región, desde un punto de vista de la calle y muy cercano. Seguro a más de uno le ha pasado algo como esto que hoy nos cuenta Nacho.
Por fín un nuevo parto de Nacho, el número 11, este no tiene nada que ver con gastronomía, bebercio o demás, pero tiene un punto verdaderamente interesante espero os guste:
Eran las cuatro y algo de la tarde. Acababa de comer unos mejillones en vinagreta que me habían gustado mucho y antes de subir a casa me senté a fumar sentado en un banco en la calle Burgos para aprovechar el solecito vespertino.
Esta vez no me pilló por sorpresa, la vi venir desde distancia suficiente como para prevenirme. La señora me tendió con el por mi tan conocido gesto brusco un panfletillo en el que destacaba un amenazador “¿Cuáles son tus problemas?”, seguido por unas casillas para colocar la consabida cruz ante palabras en mayúscula como “inseguridad”, “ira”, “angustia”… y que terminaba con un “Jesús te salvará”.
La contesté apartando el papel que yo no tenía el menor problema de esos, a lo que repuso que no PODÍA rechazar a Jesucristo. Respondí que yo era bastante ateo con un poquitín de sorna. Ella se irguió sobre sus talones, levantó el brazo derecho con el índice de la mano apuntando sin querer a una gaviota que volaba sobre la plaza indiferente al sic anatema que me cayó acto seguido y casi me gritó: “¡AY DE AQUÉL…!, ¡¡¡AY DE AQUÉL!!!…”. No la di tiempo a más. La miré fijamente y respondí. “Tenga cuidado, señora. La va a dar algo malo”.
Mi enemiga habitual se giró gruñendo y se alejó refunfuñando en busca de otro incauto descreído al que salvar. Espero que no me olvide y no me moleste más, aunque…
En efecto. A pesar de mi comportamiento un poco burlesco pero firme nada ni nadie me pueden asegurar que mis momentos públicos de lectura o simple relax sean interrumpidos por esa dama sectaria –van cuatro veces- y su enigmática, silenciosa distante e inexpresiva acompañante; de forma más o menos (generalmente menos) amable para intentar convencerme de las bondades de su manera de charlar con un tipo que dicen lo creó todo ésto (ya le vale…), con apelaciones su infinito amor o amenazas con los fuegos a los que me va a condenar eternamente –¡joder con el infinitamente amoroso!- si prescindo de decirle que le quiero mucho continuamente y que seguiré sus mandatos (?) con absoluta fidelidad perruna.
Cuando tengo este tipo de encuentros, que es demasiado frecuentemente, siempre recuerdo la respuesta que dio a dos mormones mi tío Paco el ferroviario: “Pero, ¡si no creo en la buena!”, que debió dejar bastante confusos a sus interlocutores yankees cuando comenzó el proselitismo a domicilio y/o callejero por parte de las sectas cristianas. Y es que uno ya está un poco harto.
Soy ateo desde que tengo uso de razón, es decir, desde que me dio por reflexionar por cuestiones vitales y filosóficas y no pude menos que asumir que es imposible ese aserto de ovejas y pastores que te inculcan tipos vestidos de mujer desde la más tierna infancia. Puedo asegurar que existirían ovejas sin pastores, pero, ¿pastores sin ovejas?. Ese es el truco: las ovejas pueden vivir a su aire, solitas; pero, ¿puede un pastor no tener rebaño?, ¿para qué serviría?. Mientras haya clientes, el negocio marcha.
Mi precocidad en el ateísmo se vio muy bien auxiliada por mi formación en un colegio de religiosos, y porque parte de la familia que me tocó eran bastante talibanes del catolicismo integrista. Aun así, no fue fácil, y piqué en aquella juventud en muchas de las religiones en activo que pude encontrar, y en alguna que otra en desuso, con cierta curiosidad cada día más ajena a mi pensamiento; para llegar a la única conclusión lógica: ¿Dioses?. ¡Venga ya!. (*)
Me hago viejo muy deprisa, mi carácter se avinagra y ya no me gusta tomar con el consabido cachondeo más o menos respetuoso las discusiones religiosas que ocurren a veces a mi alrededor y que me hicieron muy popular en ciertos ámbitos filosofico-tabernarios en otros tiempos.
Incluso recuerdo una lejana y lluviosa tarde de invierno cuando dejé pasar a mi propia casa a dos señoras representantes de los afamados Testigos de Jeovah – visiblemente asombradas por el hecho del asilo y posibilidad de proselitismo-, que salieron poco después solicitándome que pudiesen venir a debatir conmigo hermanos más preparados (sic) más adelante.
Así sucedió un par de semanas después: llegaron dos jóvenes caballeros bien trajeados y armados de biblias y documentos. Yo tenía un ejemplar de la Biblia que he extraviado en alguna de mis mudanzas forzosas y, en el debate, nos dimos cuenta que los textos de la suya y la mía no coincidian. “Ésta está escrita por Dios”, me dijo uno levantando la que portaba. “¿Crée que ésta la he escrito yo?”, le respondí señalando la mía. No estábamos de acuerdo ni en las bases.
Más recientemente recuerdo la divertida (para mi y algunos de los testigos) controversia que tuve en un conocido local de ocio con una joven (para mi casi todas lo son) que aseguraba ser abogada en ejercicio y “muy aficionada a los estudios teológicos”. Yo comencé explicándola que, por mi parte, era muy aficionado a los estudios unicorniológicos, pues no tenía duda que el autor de todo lo conocido era un unicornio hembra invisible y de color rosa (**). Luego seguimos hablando un buen rato.
Espero no tenerla nunca en contra en un tribunal y me cuidaré mucho de tenerla a favor. Se que me odia desde aquella tarde.
Y es que es evidente que las religiones monoteístas carecen de sentido del humor, de capacidad de debate y les sobra dogmatismo por todas sus aristas. Pero es que la religión monoteísta es puro dogma, se ponga como se ponga el papa emérito Benito XVI, al que numerosos (y muy interesados aduladores) personajes confirman como inteligentísimo, cuando es un pseudo-intelectual que acusa de tramposos a filósofos ateos actuales de los que no puede señalar las presuntas “trampas” intelectuales que dice usan y con los que rehusa debatir (***).
Y conste que me parece muy bien que cada uno crea en lo que le de la real gana, sobre todo si eso le ayuda a ser mejor persona y le sirve de consuelo en los problemas vitales. Pero, aunque comprenda su bondadoso impulso de extender por el mundo su felicidad, ¿no se da cuenta de que es una pesada molestia soportar discursos que no han sido solicitados?.
Señora sudamericana que me ha escogido para “salvarme”: se que jamás leerá esto, aún así la recomiendo desde aquí que abandone su hosca actitud y que no interrumpa lecturas ajenas con las suyas propias. Piense que es muy probable que, aunque la parezca imposible, su discurso aburra y moleste a los que no nos movemos en teorías de premios y castigos eternos en otras más que improbables vidas.
Y, sobre todo, la aconsejo que si quiere que la hagan algo de caso deje de amenazar con poses bíblicas a los que rechazan sus creencias y deje de pretender evangelizar a martillazos. Sin la ayuda de la Guardia Civil como en los viejos tiempos no suele funcionar.
(*) Cuando alguien es incapaz de entender que se puede vivir sin creer en dios alguno, suelo preguntarle si él cree en Alláh el Misericordioso, en Manitú el de las Eternas Praderas, en Odín, en Shiva el Destructor… Cuando me canso de escuchar sus negativas, le digo siempre: “¿Ves?, yo solo creo en un dios menos que tú”.
(**) Otras veces afirmo que el “creador” es un caracol de la huerta de mi pariente Manolón. Según tenga el día. (Ambos personajes, hombre y caracol, son ficticios).
(**) Esto es más o menos normal. Hay que tener en cuenta que, según él mismo, habla directamente con dios, así que, ¿por qué debatir con un simple humano?.